Cuándo gritan los españoles o "si al rey no le gusta la comedia"
Por Fernando Quilodrán
Escribió una vez Rafael Alberti un artículo que tituló "Cuando gritan
los españoles", tal vez porque alguien le reprochara eso: que eran
gritones. Y enumeró, como buen español, tres momentos de la historia
en que sí gritaron y muy fuerte aunque no siempre fueran oídos: la
primera vez fue cuando emprendieron la Reconquista en su propio
territorio; la segunda, cuando desde una barca que los conducía el
"Nuevo Mundo", gritó Rodrigo de Triana "Tierra"; la tercera, cuando
gritaron "fascismo", al defender su República contra las fuerzas
coaligadas del franquismo, el hitlerismo y el mussolinismo. Hoy, los
españoles han vuelto a gritar, pero esta vez en un intento por hacer
callar a otros.
Todos conocemos el "Hamlet", de Shakespeare, y podemos recordar
aquella escena en que el "Príncipe de Dinamarca" hace representar
ante el rey, asesino y usurpador ese rey, una escena que reproduce su
crimen. Y se pone de pie el rey, "visiblemente alterado", y comenta
Hamlet, en traducción española que cito muy de memoria: "que si al
rey no le gusta la comedia, será pardiez porque algo le incomoda"
(acepto, y aun agradezco, cualquiera corrección a esta cita).
De reyes, ya sabemos poco en estas tierras que se acercan a los
bicentenarios de su independencia. Pero sabemos que no todos son
iguales, aunque guardamos nuestros mayores afectos para los monarcas
para siempre coronados de las 64 casillas: los reyes de las huestes
blancas y de las huestes negras del ajedrez. Y disfrutan esos
monarcas del afecto de los suyos, que se mueven entre columnas y
diagonales dispuestos a dar sus vidas para preservar al soberano. Y
es que cada vez que se alinean las piezas para dar inicio al drama
que protagonizarán, renuevan su adhesión al rey. O dicho en otras
palabras: lo reeligen para gobernarlos y conducirlos.
También nos gustan los soberanos de la baraja española: los reyes de
Bastos y de Copa, el de Oro y el de Espada. Y también los reyes de la
baraja inglesa. Porque a ellos nadie podría tacharlos de anacronismo,
ni de ilegitimidad. Y hasta ahí, nuestras inclinaciones monárquicas.
Una Cumbre hubo en este Santiago del Nuevo Extremo, y tuvo dos
características muy singulares y profundamente novedosas. La una, que
por primera vez en su historial no fue una reunión de puros
protocolos, obsequios y disfraces, sino una discusión, al menos por
momentos, abierta y en la que salieron a luz los asuntos que
realmente interesan a los habitantes de estas comarcas. Y la causa de
ello fue simplemente que por primera vez asistía a ella un grupo de
gobernantes que protagonizan transformaciones profundas y que son,
ellos sí, representantes auténticos de sus pueblos. Y no eran pocos.
A más de 500 años del "Descubrimiento", cholos, indios, obreros,
guerrilleros, entre otros, llegaban premunidos de las credenciales
que en elecciones libre o en procesos revolucionarios necesarios les
habían otorgado sus mayorías ciudadanas.
La otra característica es que por primera en la historia de estas
Cumbres, y otros encuentros de parecido jaez, el pueblo anfitrión no
se sintió obligado a constituirse en una Cumbre "paralela", sino más
bien a convocarse a una de amistad, integración y solidaridad. Y
atrajo esa Cumbre a miles de personas, mujeres, hombres y jóvenes de
las más distintas condiciones, que debatieron con seriedad y pasión y
que conformaron el marco de masas para expresar sus ideas y demandas
de unidad para el progreso social.
La prensa "seria" y bien portada, pese a que no mezquinó su cobertura
a esta Cumbre de los Pueblos, no puso el acento en lo que realmente
importaba. Pregunta para la casa a algunos "dignos patriotas": ¿Era
imaginable, hasta ayer, que un Presidente de Bolivia nos gritara en
plena capital santiaguina su emocionante "Viva Chile"? ¿Nada les dice
de la fuerza de la Diplomacia de los Pueblos y del profundo anhelo de
paz y de amistad entre estos pueblos?
Pero un rey, salido de una baraja capeta y devaluada, "visiblemente
alterado" abandonó una escena que le "incomodaba", no sin antes haber
proferido un grito digno de mejor causa: "¿Por qué no te callas?"
Sostuvo su Jefe de Gobierno, Rodríguez Zapatero, que cuando se habla
mal de "un compatriota" forzoso es defenderlo, como hizo él con
Aznar, denunciado por "fascista" por el Presidente Hugo Chávez.
¿Habría también defendido a Franco? ¿Estará obligado el Jefe o Jefa
del Estado chileno a salir en defensa de Pinochet, o de Manuel
Contreras, si alguien en algún remoto rincón de la Tierra los trata
de "asesinos" y de corruptos? ¿Deberán, en tanto "compatriotas",
defender los gobernantes de sus respectivos países a Hitler o a
Mussolini, o a Trujillo y Stroessner, a Somoza y a Batista?
Cuando gritaron los españoles, en la cita de Rafael Alberti que hemos
traído a colación, fue para despertar, no para hacer dormir; fue para
buscar aliados, amigos que gritaran con ellos, no para hacer callar.
No pasan los tiempos en vano. Seguirán los pueblos de "la América
nuestra" recorriendo los caminos de la libertad, de la
autodeterminación, de la justicia social, de la democracia auténtica
y no fingida ni formal. Y pasará el tiempo y otra vez, como en las
Coplas de Jorge Manrique, nos preguntaremos: "¿qué se fizo el rey don
Juan?".
Fernando Quilodrán
Por Fernando Quilodrán
Escribió una vez Rafael Alberti un artículo que tituló "Cuando gritan
los españoles", tal vez porque alguien le reprochara eso: que eran
gritones. Y enumeró, como buen español, tres momentos de la historia
en que sí gritaron y muy fuerte aunque no siempre fueran oídos: la
primera vez fue cuando emprendieron la Reconquista en su propio
territorio; la segunda, cuando desde una barca que los conducía el
"Nuevo Mundo", gritó Rodrigo de Triana "Tierra"; la tercera, cuando
gritaron "fascismo", al defender su República contra las fuerzas
coaligadas del franquismo, el hitlerismo y el mussolinismo. Hoy, los
españoles han vuelto a gritar, pero esta vez en un intento por hacer
callar a otros.
Todos conocemos el "Hamlet", de Shakespeare, y podemos recordar
aquella escena en que el "Príncipe de Dinamarca" hace representar
ante el rey, asesino y usurpador ese rey, una escena que reproduce su
crimen. Y se pone de pie el rey, "visiblemente alterado", y comenta
Hamlet, en traducción española que cito muy de memoria: "que si al
rey no le gusta la comedia, será pardiez porque algo le incomoda"
(acepto, y aun agradezco, cualquiera corrección a esta cita).
De reyes, ya sabemos poco en estas tierras que se acercan a los
bicentenarios de su independencia. Pero sabemos que no todos son
iguales, aunque guardamos nuestros mayores afectos para los monarcas
para siempre coronados de las 64 casillas: los reyes de las huestes
blancas y de las huestes negras del ajedrez. Y disfrutan esos
monarcas del afecto de los suyos, que se mueven entre columnas y
diagonales dispuestos a dar sus vidas para preservar al soberano. Y
es que cada vez que se alinean las piezas para dar inicio al drama
que protagonizarán, renuevan su adhesión al rey. O dicho en otras
palabras: lo reeligen para gobernarlos y conducirlos.
También nos gustan los soberanos de la baraja española: los reyes de
Bastos y de Copa, el de Oro y el de Espada. Y también los reyes de la
baraja inglesa. Porque a ellos nadie podría tacharlos de anacronismo,
ni de ilegitimidad. Y hasta ahí, nuestras inclinaciones monárquicas.
Una Cumbre hubo en este Santiago del Nuevo Extremo, y tuvo dos
características muy singulares y profundamente novedosas. La una, que
por primera vez en su historial no fue una reunión de puros
protocolos, obsequios y disfraces, sino una discusión, al menos por
momentos, abierta y en la que salieron a luz los asuntos que
realmente interesan a los habitantes de estas comarcas. Y la causa de
ello fue simplemente que por primera vez asistía a ella un grupo de
gobernantes que protagonizan transformaciones profundas y que son,
ellos sí, representantes auténticos de sus pueblos. Y no eran pocos.
A más de 500 años del "Descubrimiento", cholos, indios, obreros,
guerrilleros, entre otros, llegaban premunidos de las credenciales
que en elecciones libre o en procesos revolucionarios necesarios les
habían otorgado sus mayorías ciudadanas.
La otra característica es que por primera en la historia de estas
Cumbres, y otros encuentros de parecido jaez, el pueblo anfitrión no
se sintió obligado a constituirse en una Cumbre "paralela", sino más
bien a convocarse a una de amistad, integración y solidaridad. Y
atrajo esa Cumbre a miles de personas, mujeres, hombres y jóvenes de
las más distintas condiciones, que debatieron con seriedad y pasión y
que conformaron el marco de masas para expresar sus ideas y demandas
de unidad para el progreso social.
La prensa "seria" y bien portada, pese a que no mezquinó su cobertura
a esta Cumbre de los Pueblos, no puso el acento en lo que realmente
importaba. Pregunta para la casa a algunos "dignos patriotas": ¿Era
imaginable, hasta ayer, que un Presidente de Bolivia nos gritara en
plena capital santiaguina su emocionante "Viva Chile"? ¿Nada les dice
de la fuerza de la Diplomacia de los Pueblos y del profundo anhelo de
paz y de amistad entre estos pueblos?
Pero un rey, salido de una baraja capeta y devaluada, "visiblemente
alterado" abandonó una escena que le "incomodaba", no sin antes haber
proferido un grito digno de mejor causa: "¿Por qué no te callas?"
Sostuvo su Jefe de Gobierno, Rodríguez Zapatero, que cuando se habla
mal de "un compatriota" forzoso es defenderlo, como hizo él con
Aznar, denunciado por "fascista" por el Presidente Hugo Chávez.
¿Habría también defendido a Franco? ¿Estará obligado el Jefe o Jefa
del Estado chileno a salir en defensa de Pinochet, o de Manuel
Contreras, si alguien en algún remoto rincón de la Tierra los trata
de "asesinos" y de corruptos? ¿Deberán, en tanto "compatriotas",
defender los gobernantes de sus respectivos países a Hitler o a
Mussolini, o a Trujillo y Stroessner, a Somoza y a Batista?
Cuando gritaron los españoles, en la cita de Rafael Alberti que hemos
traído a colación, fue para despertar, no para hacer dormir; fue para
buscar aliados, amigos que gritaran con ellos, no para hacer callar.
No pasan los tiempos en vano. Seguirán los pueblos de "la América
nuestra" recorriendo los caminos de la libertad, de la
autodeterminación, de la justicia social, de la democracia auténtica
y no fingida ni formal. Y pasará el tiempo y otra vez, como en las
Coplas de Jorge Manrique, nos preguntaremos: "¿qué se fizo el rey don
Juan?".
Fernando Quilodrán
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