Berlín. (EFE).- El Festival de Cine de Berlín acogió anoche el estreno de dos documentales centrados en el arte del cocinero Ferrán Adrià y en su ya legendario restaurante, El Bulli, con dos trabajos que aspiran a arrojar luz sobre la magia del artista.
"El Bulli: Història d'un somni" de David Pujol abrió una velada de disfrute sensorial, en el que sólo faltó el del gusto, enmarcada en el ciclo de Cine Culinario organizado por la Berlinale.La cinta, todavía en proceso de montaje, evoca la década de los noventa, en la que Adrià diseñó y construyó su innovadora cocina, sofisticada sala de química donde cobran vida sus inusuales recetas.
Pujol explicó tras la proyección que al entrar en El Bulli se tiene la sensación de estar en una galería de arte, mientras que el propio Adrià sostuvo que, durante los seis meses al año que se mantiene abierto el restaurante, su ambiente se asemeja más bien a un monasterio.
"Decoding Ferran Adrià" de Christopher B. Collins aspira a desvelar los entresijos de la "magia" del cocinero, introduciéndose en su taller-laboratorio, en la que reúne a sus colaboradores para crear caviar de mango o pera con textura de foie-gras.
Si el primer trabajo se remonta a los comienzos y al origen de Adrià, el segundo plantea el reto de decodificar los mecanismos y procesos de creación ideados en la mente del cocinero.
"Adrià se dedica a la masturbación de alimentos" afirma en "El Bulli: Història d'un somni" su amigo, el escultor Xavier Medina quien, junto a otros colaboradores esboza un retrato de Adrià entre lo visionario y lo mesiánico.
Empleados del restaurante y amigos relatan algunos de los procesos "galácticos" en los que se ha embarcado el cocinero, de quien alaban que haya creado un "gramática nueva" y de quien destacan su carácter "autodidacta" y "experimentador".
"Decoding Ferran Adrià" se cuela en el taller-laboratorio de Adrià y su equipo en el que se guardan celosamente las fórmulas del éxito del cocinero y prosigue su viaje hasta Rosas, bastión de la nueva cocina española.
El documental muestra cómo un reticente cocinero neoyorquino se deja seducir plato a plato por el genio de Adrià, que le deleita con ostras en salsa de macadamia, yema de huevo caramelizada o helado de limón con consistencia de bola de nieve.
El cocinero aseguró que "se necesitarían" días para explicar los procesos y fuentes de las que nace su creatividad, aunque ofreció una versión resumida: "Tienes una idea, la desarrollas y, si funciona, haces un plato".
Decidido a desmontar tópicos, Adrià aseguró que es "mentira" que su cocina se reduzca a las "espumas" y a "deconstruir y descomponer" ingredientes ya que asegura, que sólo se hace de vez en cuando, y que es la misma técnica que miles de otros restaurantes utilizan para elaborar sorbetes.
Desmintió que su cocina sea tan tecnológica como se ha dicho -"no es precisamente la NASA"- y afirmó que limitar el número de clientes por temporada a 7.000 personas responde a que, para mantener el nivel culinario de El Bulli, emplean un equipo de 70 personas que atienden a unos 50 comensales cada noche.
Afirmó que él "no iba para cocinero" y que careció de maestros, de ahí que se pregunte todavía hoy "por qué en el desayuno se toma primero el café y luego los huevos y, en la comida, primero los huevos y luego el café".
"No quiero que la gente me entienda, sino que disfrute con lo que hago", agregó Adrià, para quien la cocina es un lenguaje "de vida" que implica los cinco sentidos algo que, a su juicio, no consigue ninguna otra disciplina artística.
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